lunes, 15 de febrero de 2010
El carnaval de los mas pequeños en Aviles
Los pitufos normales, los azules de los dibujos animados, son diminutos; los de Avilés, sin embargo, no: son gigantescos. Media docena de ellos se pasearon ayer por la mañana por la plaza de España con la naturalidad que da la fiesta del «Antroxu». Papá Pitufo, Pitufina y unos cuantos más se dejaron fotografiar por padres orgullosos y enaltecidos... padres que no cabían en sí de gozo contemplando a la progenie disfrazada, moviéndose al ritmo marcado por las fanfarrias y por las murgas que pasaron y volvieron a pasar por la plaza de España para poner la banda sonora a una mañana gélida que mediatizó los disfraces.
La moda del Antroxu avilesino obliga a sacar fuera al animal que cada uno lleva dentro. Es lo que tiene vivir por encima del Trópico de Capricornio (que pasa cerca de Río de Janeiro). Los niños que no levantaban un palmo eran osos salvajes, con baberos que parecían mandiles. Estos mismos niños se paseaban ayer por la mañana por un bosque de mayores (casi ninguno con disfraz) que decían: «Ponte aquí, con tu hermano». Los guajes de los carricoches, por unos momentos, no eran ellos mismos, eran modelos de la Avilés Fashion Week, lo más «fasion» del Carnaval.
Las fanfarrias (trompetas, trombones y tambores) movieron los esqueletos de los menos tímidos. Los más lanzados -vacas y osos mediáticos- bailaban los pasodobles al ritmo que subrayaban los platillos. Plas, plas, plas...
Por la tarde lo que había que hacer era superar pruebas: los coches, los niños y hasta el presentador de la Olimpiara. Desde la plaza de Álvarez Acebal y hasta el Parche todo era un gran «slam» -coincidente, por casualidades del destino, con las Olimpiadas de verdad, las que se celebran ahora en Canadá-. El frío hermanó las pruebas canadienses con las avilesinas. Escalada de castillos hinchables, piscinas de goma que superar y dar media vuelta, lucha embutida en trajes de luchadores de sumo e, incluso, toros mecánicos a todo meter.
Tras las pruebas «olimpiáricas» vino una gala de danzas menudas a ritmo de Paulina Rubio, de Lady Ga Ga o Fito. Espectáculos diminutos en una mañana que empezó con los gigantescos seres azules en carne y alma.
Salieron al escenario -cuyos accesos estaban invadidos de espectadores pertinaces que apenas dejaban ver a los padres henchidos, firmes en el Parche- grupos de niñas y chavales que concursaban por el premio al mejor disfraz, al más simpático y al más original. Un equipo de fútbol americano -azul, como los pitufos- lanzó una T, una R, una U... y al final sonó el Trueno. Fueron los que triunfaron.
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