Las celebraciones pascuales dedicarán un día al santo celta que dio nombre a la isla desaparecida de la ría
La Isla de la Innovación, esa que aparece y desaparece de los discursos políticos en función del grado de euforia, tiene en Avilés un precedente donde la historia y la mitología se funden. La isla de San Balandrán, vinculada al santo irlandés que se embarcó en el siglo VI junto a un grupo de compañeros religiosos en busca del paraíso terrenal, desapareció de la ría avilesina en aras del progreso portuario, pero de su existencia queda un topónimo de playa. Al margen de que San Balandrán visitara alguna vez Avilés, lo cierto es que ahora está a punto de llegar para participar en la fiesta de El Bollo.
En efecto, según explicó el concejal de Cultura, Román Antonio Álvarez, este año el Domingo de Pascua estará dedicado al santo, y la idea es institucionalizar la celebración. Por la mañana el programa festivo no cambiará, con los acostumbrados pregón y carrozas. Pero por la tarde llegarán las novedades, que Álvarez no adelantó. «Queremos que sea una sorpresa, pero va a ser muy bonito», afirmó. Será, pues, el segundo santo vinculado al mundo celta que se celebre este año en Avilés, ya que «Esbardu», hasta ahora organizador del Intercéltico, mostró su intención de honrar a San Patricio. En estos tiempos de crisis que corren el camino de la espiritualidad es una alternativa al de la desesperación, y las advocaciones elegidas no pueden ser más adecuadas pensando que la verde Irlanda, tierra patria de ambos santos, pasó en muy poco tiempo de la euforia económica a la recesión.
El caso es que San Balandrán, junto a un grupo de monjes de su cenobio, vivió mil aventuras durante los siete años que duró su travesía hasta divisar la isla anhelada. Antes de degustar las mieles de este paraíso perdido tuvieron que vérselas con un mar escondido en densas tinieblas, pariente sin duda de aquel otro que ocultaba de los ojos de los profanos la mítica Ávalon, corazón del ciclo artúrico.
Estas tinieblas, cuenta la leyenda, dejaban ciegos a quienes no iban de parte de Dios. Por fin, tras la cortina de dudas, hermosos bosques y praderas floridas, árboles espléndidos y frutas de deliciosos perfumes, según los relatos. Un paraíso natural que hoy podría adivinarse, con un poco de buena voluntad, en el monumento natural de Zeluán, paraíso -asediado- para las aves. Otras tradiciones otorgan a la isla de San Balandrán las virtudes de un barco que se desplazaba al antojo del santo. No faltará quien diga que el santo sería el gerente más idóneo para la Isla de la Innovación.
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